jueves, 4 de agosto de 2011

2 a.m.

Antes de empezar, quería agradeceros a cada uno, todos vuestros comentarios han sido muy importantes y sinceramente llegué a creer que le escribiría a la nada, bueno...como me gusta decir casos y cosas,; gracias por seguir aquí y leerme, me inspiráis a continuar escribiendo. Saludos, cuidaros mucho y otra vez: ¡Muchísimas gracias, os adoro!
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La mañana es obscura y las estrellas brillan, no es temprano ni tarde, el flujo de los segundos se mantiene en esas agujas de reloj que se custodian con cada tic tac, se separan, se cruzan, se encuentran, avanzan y forman el circuito interminable del tiempo...siguen si detenerse. Un murmullo de entre el silencio, este último no se rompe por nada del mundo, irrumpe en la calma, es dueño de cada instante y la vida se pierde en ello; un segundo...una eternidad...no has siquiera cerrado los ojos y ya pasó todo.

En tu memoria se hace claro tu pasado, hace poco estás en la infancia y te sumerges avanzando en el espacio, queriendo o sin querer (eso ya depende de Chronos). Los ojos perdidos, latidos continuos, inmovilidad voluntaria, todo te retiene para creer en un nanosegundo, siendo consciente de que tal vez sea el último. Navegas en el velero de tu mente, surcando los mares del pensamiento y la llama de ese pequeño sentimiento. ¿Nostalgia? ¿Ansiedad? ¿Temor? No lo sabes, ese no-se-que que te lleva a seguir ingresando en la profundidad de las evocaciones. Una utopía en tu cabeza se materializa tanto llevándote a soñar.

Son las 2:00 a.m. y sorprendentemente el sonido de los segundos se paralizó; el sueño te reclama su lugar en tus párpados agotados del día anterior, tu razón te recuerda que debes dormir. Sin embargo, es inútil, el castigo de tu existencia es negarte la capacidad de visitar el mundo de Morfeo, ese mundo fantástico que no necesita más que un par de rastros de imaginación y una pizca de locura, porque el que sueña es un loco, el loco más cuerdo que vive una vida llena de emociones, el que vive con los pies en la tierra y la mirada en el cielo. Esto no necesariamente debe entenderse, es un pacto misterioso entre el alma y el cerebro, un truco tácito que invoca a los mortales a despertarse todas la mañanas, de poder sonreír y no caer en el elogio de la monotonía.

Son las 2:01 a.m., hay tiempo de sobra. El tiempo...¡qué ironía más grande! Es demasiado largo para el que espera, demasiado corto para el que disfruta, demasiado silencioso para el anciano y demasiado taciturno para el preocupado. El tiempo es y no es, se esconde en sí mismo dando constantes giros, cifrado en cada segundo pasado. Los ojos abiertos, perdidos y fijos en un punto inexistente del techo. Piensas en "nada", esa nada se vuelve "algo", sentimientos de un incómodo vacío afloran, entonces tu mente comienza a volar. Ojalá tuvieras la capacidad de hacer que el sufrimiento no exista (pese a que este te hace fuerte), poder hacer que los valientes no mueran, querer que la agonía no viva. Lamentablemente se almacenan en tu cabeza, se bañan en tus otras ideas y las perfeccionas; son las reflexiones que nunca escribes, a lo mejor por el miedo de que no haya plumas que quieran redactar y ojos que quieran leer. Se guardan en el doble fondo de tu corazón, junto con las conjeturas que se en otras veladas argumentando el sí y el no.

Tendrías que volver a nacer para probar qué sería la vida al revés, porque no bastan los"quiero" o los "tal vez", solo esos lapsos de ideología clásica. Coincides en que estás aquí por algo pero a veces prefieres tomar el camino que todos cogen, coincides que te sientes ajena a los demás, no tienes la fuerza (o las ganas) para ir en contra pese a que eres diferente y es posible que te sientes a esperar la vida en vez de que esta te espere a ti.

Son las 2:02 a.m. Haz escuchado decir que el tiempo todo calma: la tempestad y la calma; bueno...dicen tantas cosas ahora. El tic tac continúa, tus ojos fijos en quién sabe dónde y una vida que es determinada por las manijas del reloj de la vida. ¿Quieres dejar que siga pasando?

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